Portada de la edición francesa, titulada Syfrõn, con el ejército del Martal en primer plano
Once años han pasado desde que compré el libro, y tres intentos de lectura. Y no ha sido por demérito del texto, que es fantástico, pero han querido las casualidades que cada vez que lo empezaba algo sucediera que acaparaba mi atención y quedara sepultado por otros temas. Y luego, ya se sabe, olvidado entre múltiples libros todos ellos empezados a la vez, leídos en paralelo y abandonados progresivamente… “La Pila” de libros pendientes. Un delito del que soy reincidente desde que terminé los estudios universitarios y dejé de viajar en transporte público, ese gran amigo de la lectura.
Pero esto poco tiene que ver con el libro en sí.
En el año 2003 publicaba Minotauro La espada de fuego [cyberdark, amazon, una reseña], de Javier Negrete (válgame que este libro no tenga entrada en la wikipedia, luego me preguntan por qué aborrezco la wiki española). Adquirió rápido ese halo discutido por unos y abrazado por otros de “mejor novela española de fantasía épica” y, como todas las novelas de género que triunfan en el mercado, se convirtió en una saga. El espíritu del mago [cyberdark, amazon], el libro que nos ocupa, es la segunda entrega de esta serie.
Dos años después de conquistar la Espada de Fuego, Derguín Gorión, el nuevo Zemalnit, se encuentra refugiado en la ciudad de Narak y vive obsesionado por el recuerdo de Mikhon Tiq, su amigo y aprendiz de mago, que perdió su espíritu en combate con el hechicero Ulma Tor y cuyo cuerpo fue petrificado y abandonado en las selvas de la Sierra Virgen. Su anhelo es recuperar el cuerpo de su amigo y rescatar su espíritu, pero también debe luchar contra las pesadillas que le advierten que Togul Barok, su gran rival en la lucha por la Espada de Fuego, no ha muerto. […]
¿Y qué más necesitamos? Vuelven los personajes que ya nos enamoraron en el primer libro, aparecen varios nuevos y seguimos indagando en los misterios de Tramórea (pero sin profundizar demasiado, eso quedará para las novelas posteriores). Prosa fluida, narrativa excepcional, espadas y tahedoranes. No podemos pedir mucho más.
Para que no caigamos en el equívoco y pensemos que tengo un autor invitado en el blog, hay que sacarle pegas a todo, claro. Todos los clichés del género están aquí también, a propósito o sin ser buscados. Como segundo libro, pese a ser en cierta medida autocontenido, deja intuir ya un cierto comportamiento episódico, cerrando un arco argumental pero con demasiados flecos sueltos a su fin, algo que no se notaba tanto en La espada de fuego. Es tremendamente derivativo en todo lo que expone, dando la sensación de que todo sale de alguna parte o ya se ha leído antes… pero así es la literatura de género, ¡vive Dios!
Quizá menos perdonable sean algunos tratamientos de personajes, que para encajar mejor acaban siendo familiares o conocidos de los ya presentados; alguna muerte no esperada pero previsible, si es que tal cosa es posible; y, sobre todo, y quizá la mayor pega que se le pueda poner, un muy pobre tratamiento de los personajes femeninos (¡ni Tolkien!), que siempre están ahí para satisfacer una necesidad de algún personaje masculino: enamorarlos, despertar sus deseos o necesidades, compartir alcobas y lechos o ser forzadas. Tampoco esperaba que la novela superase el Test de Bechdel, pero mejorar esto un poco en un género tan cerrado vendría bien. No pudo ser en este caso.
Pero. PERO.
Que no parezca que sólo me quejo. Reitero que esto es de lo mejor que se puede uno echar en cara en fantasía. Es divertido, es ágil, está bien escrito y tiene sus puntos originales de cuando en cuando. Si el autor hubiese nacido en New Jersey en lugar de vivir en un pueblo de Extremadura, estos libros ya tendrían series y videojuegos.