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    Pórtico, de Frederik Pohl

    Meh.

    Gran potencial y escaso desarrollo, eso es lo que me viene a la mente tras terminar la lectura de Pórtico (Gateway, Frederik Pohl, 1977), ganadora de los premios Hugo, Nebula y John W. Cambell Memorial del año siguiente.

    Descubierta en el sistema solar una estación espacial alienígena abandonada mucho tiempo atrás, la humanidad se organiza para utilizar las herramientas y lanzaderas encontradas e intentar explorar el espacio con instrumentos incomprensibles e impredecibles. Así, cualquier viaje se convierte en un juego de azar donde los tripulantes de cada lanzadera no saben a dónde viajarán, cuánto tiempo tardarán o incluso si llegarán a volver.

    Portada de la edición original, por Boris Vallejo. Ni punto de comparación con lo que tenemos hoy en día.

    Pese a tener un punto de partida a priori muy apto para una novela de ciencia ficción hard, se convierte en una novela soft donde deberían primar la construcción de los personajes y sus relaciones. Por desgracia se pierde en plantear situaciones repetitivas y un elenco de secundarios confusos y perfectamente intercambiables entre ellos, e interrumpe constantemente la narración con pequeños anexos a modo de carteles encontrados en la estación Pórtico, que en ocasiones no añaden nada al trasfondo y rompen el flujo de lectura.

    La narración se alterna entre las vivencias del protagonista desde que consigue pagarse un billete a la estación espacial y las sesiones de terapia con un psicólogo robótico tras su vuelta, siendo esta estructura probablemente el mayor acierto de la novela. El personaje en un principio no es más que una excusa para identificar al lector, poca educación para que pregunte todo y nosotros nos enteremos, paga el viaje con un premio de lotería que explica que no tiene a dónde volver ni dinero, sin familia… trucos muy obvios y poco elegantes. Por suerte estos diálogos con su terapeuta nos van descubriendo algo más del personaje a cada capítulo, mejorando la mala impresión inicial.

    Sorprenden algunas circunstancias de la novela, como la constante sexualización de cada situación, hasta que el lector llega a preguntarse si no habrá otra forma de sublimar las energías cuando uno está en el espacio. 35 años después de ser escrita, clama al cielo que alguien llegue a plantearse siquiera que se pueda fumar en una lanzadera espacial.

    Probablemente sea el final el mayor Meh de toda la narración, terminando en una gran nada que no mejora la impresión insustancial de las páginas precedentes. Aparentemente fue continuada por otras tres novelas que exploran y explotan el mundo construido en esta primera, pero habiendo visitado esta primera parte, creo que se quedarán sin leer.

    Miércoles de tebeos: Bakuman

    Son las dos obras mayores de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata probablemente fallidas en su desarrollo, cada cual por distintos factores. En Death Note, el manga que los catapultó a la fama, la densidad de los diálogos de Ohba obligaba a una lectura excesivamente pausada, lastrada ademas por la reducción del espacio a ocupar por los magníficos dibujos de Obata, uno de los mejores ilustradores del panorama actual. Siendo este un tema asumible, es sin embargo en el último tercio de la obra cuando queda tocada de muerte tras un giro de guión tan inesperado como imposible de solucionar.

    Tras el éxito conseguido con Death Note, ahora franquicia multimedia compuesta por manga, serie de anime creada por el estudio Madhouse, novelas y varias películas de imagen real, las miradas estaban puestas en ellos con la comprensible expectación por un nuevo tebeo.

    Ilustración de Bakuman, por Takeshi Obata

    En Bakuman cambian los autores de registro hacia un shonen más clásico, perdiendo la profundidad argumental del género detectivesco, lo que redunda indudablemente en un lectura más ligera. Dos jóvenes de instituto deciden abandonar sus estudios para dedicarse a dibujar y escribir tebeos en Japón, intentando publicar en la revista Weekly Shonen Jump – donde de hecho aparecieron originalmente los 20 tomos del propio Bakuman en nuestro “mundo real” --. Se crea así una historia metareferencial, donde el propio tebeo cuenta cómo se hace el tebeo y cómo trabajan los autores, aquí representados por los jóvenes Mashiro y Takagi.

    En un principio aparece Bakuman recubierta de un envoltorio romántico de shonen tradicional, pero rápidamente pasan estas tramas a un segundo plano, mostrándose únicamente como excusas narrativas para avanzar en el argumento principal, esto es, la evolución como autores, sus ventas, las distintas obras creadas y la rivalidad con los demás dibujantes que publican en la misma revista madre. Es aquí donde se muestra quizá fallida Bakuman, perdiendo a la larga las señas de identidad del género al que apuntaba, desdibujando a sus personajes femeninos originales y centrándose en exceso en lo metareferencial. Es, sin embargo, ameno y divertido de leer, y tremendamente motivador en cuanto al espíritu creador de sus protagonistas.

    Es curioso también el descarnado retrato que realiza de la industria japonesa – probablemente sin proponérselo – al mostrar un funcionamiento alejado de la producción artística y centrado en las cifras numéricas, los votos y la competencia directa entre los compañeros de publicación, lo que sin duda explica la naturaleza de muchas obras provenientes de Japón, así como su extrema longevidad en algunos casos. Si funciona, no lo toques.

    De la moralidad moderna y el cine de los sesenta

    He tenido a lo largo de los años curiosas conversaciones sobre la que no debiera ser más que una obra menor, olvidable y fácilmente digerible, que es la moderna versión de Alfie de Jude Law. Sin embargo se ha transformado en mi propia e intransferible mitomanía en uno de los clásicos modernos del cine romántico, capaz como ella sola de explicar todo lo importante de la vida y nada a la vez.

    Dentro de su neutro costumbrismo, no tiene sentido pensar en ninguna secuencia de presentación, nudo y desenlace, ni cabe razonar quizá si tiene un buen final o un mal final. Sólo ha sido otro año más para Alfie. Quizá sólo con ese pensamiento se puedan explicar todos los misterios de la existencia.

    El Alfie de Jude Law (2004)

    He recordado esta película, sin embargo, no por la obra en sí, sino por su versión original para cines, de 1966, protagonizada por un Michael Caine en sus buenos viejos tiempos. Ha envejecido mucho mejor de lo que esperaba en sus apartados técnicos, con los mismos guiños y peculiaridades que tiene su versión moderna, sus rupturas de la cuarta pared, y sus encantadores títulos de crédito finales.

    Es en lo argumental donde choca. Pese a ser una traslación bastante fiel de la película desde 1966 hasta 2004, la evolución de la moral social y de los usos y costumbres habituales hacen que diferencias en principio sutiles se antojen como mucho más importantes, construyendo un personaje completamente diferente. Quizá imposible de ver hoy como el amable granuja que interpreta Jude Law, Caine se muestra como un tipo incluso desagradable rigiéndonos por los cánones actuales de comportamiento. Se jugaba hace ya más de cuarenta años en pantalla de una forma mucho más descarnada con los conceptos del aborto, el abandono de la prole, la infidelidad y hasta la violencia de género, todo ello desaparecido en la moderna versión, donde sin embargo no extraña ver algún que otro pechote y escenas de cama. Pasamos por el destape en el cine pero si se quiere hacer caja ya no se puede hablar de nada turbio.

    El Alfie de Michael Caine (1966)

    Sorprendente ha sido también el distinto comienzo de la película, que sugiere incluso una nueva interpretación de los personajes de Marisa Tomei y el pequeño Max en su versión moderna. Quede quizá como guiño para quien quiera revisitar alguna de las dos películas, y pueda encontrar algo nuevo.

    Miércoles de tebeos

    Cuando eres un niño y llega el momento de soplar las velas de tu tarta, pides deseos imposibles. Porque pides deseos, así es la tradición independientemente del pragmatismo y la racionalidad que dominen tu mente. Y, puestos a pedir, la ingenua mente infantil pide la paz en el mundo, el final de alguna cruenta guerra o la desaparición del cáncer. Luego creces. Creces pero sigues pidiendo deseos. Espero que no sólo me haya pasado a mí, porque de lo contrario este texto sería muy embarazoso.

    Ya pides entonces en tu mente una moto, que aquella chica se fije en ti o cualquier otra cosa que suene imposible. Supongo que en algún momento crecí de verdad y uní en mi mente los conceptos de pedir deseos y de marcar objetivos anuales, así que ahora hago cosas progresivamente más terrenales, como: este año voy a terminar la carrera, voy a cambiar de coche, voy a conseguir un aumento…

    O, por ejemplo, “este año voy a terminar todas las colecciones de tebeos que tengo a medias”. Soy un tipo sencillo.

    Así terminé cosas que quizá nunca lea, como Age of Apocalypse, la colección Cable & Deadpool o el volumen 1 de los WildC.A.T.S. Otras mucho más divertidas como la edición kanzenban de DragonBall oHéroe al cuadrado, e incluso tebeos decentes como el tremendo Y, el último hombre, el Astro City de Kurt Busiek, los 100 números de 100 Balas (que aún tengo pendiente de leer) o la colección de libros de “El infierno” de Matt Groening, entre otros. También me he puesto al día con otras cuya publicación no ha terminado aún, como el Príncipe Valiente de Hal Foster y sucesores, Bakuman, Berserk, Los muertos vivientes o Invencible. Si tuviese que contar las obras individuales que no pertenecen a colecciones entonces no acabaríamos nunca, sólo en los últimos meses recuerdo el Adolf de Osamu Tezuka, los Videojuegos de Bastien Vives, Feynman, Éxito para perdedores o Cielos radiantes. Echo de menos quizá algo más de tebeo europeo, pero esto es lo que hay. Así soy.

    Y es una excusa como cualquier otra para inventarme una nueva sección para el blog, llamada Miércoles de tebeos, para obligarme a escribir sobre las cosas que leo. Cada miércoles, en este vuestro canal amigo.

    La saga de Geralt de Rivia, de Andrzej Sapkowski

    Aunque es de buen ciudadano no justificarse en cada una de las opiniones que viertes al mundo, voy a empezar este texto explicando la razón por la que es posible que mi opinión sea más negativa de lo que debiera. Vaya por delante el aviso a navegantes de que quizá podría (o no) haber algún tipo de spoiler en las próximas líneas. No quieres arriesgarte, no leas.

    En general no me gustan los finales tristes. Sí quizá en cine, donde todo es más visual y donde sólo has tenido un par de horas a lo sumo para implicarte emocionalmente con los personajes. En literatura hay muchas páginas y mucho tiempo para lograr esa implicación. En el género fantástico, donde parece que pagasen por número de páginas a los escritores, y donde ya nadie sabe o quiere saber cómo escribir una buena historia en 200 páginas, pasas por ocho libros a lo largo de un año de lectura. Soy firme partidario del viaje del héroe clásico, con todas sus etapas, incluyendo la vuelta al hogar, la utilización de los conocimientos adquiridos para ser mejor persona, y volver a relacionarte con tus congéneres. Y eso, aquí, no pasa. Y no me gusta, aunque soy consciente de que a muchos otros lectores podría encantarles.

    Geralt de Rivia, protagonista de El último deseo, La espada del destino, La sangre de los elfos, Tiempo de odio, Bautismo de fuego, La torre de la golondrina, y La dama del lago (1 y 2).

    Geralt, el rivio, el brujo, el mutante, el cazador de monstruos. Personaje lacónico, taciturno. Es el personaje clásico de la literatura de fantasía, y aquí no hay mucho más que rascar. Es en el tratamiento del entorno donde Sapkowski brilla, dándole la vuelta a las historias clásicas de los cuentos centroeuropeos para añadirles nuevos niveles de complejidad, proporcionando argumentos y comportamientos a personajes anteriormente vacíos. Así se crean los dos primeros tomos de la saga, a mi gusto los mejores, libros de cuentos cortos que revisitan lugares conocidos: la bella y la bestia, los enanos de blancanieves, y muchos otros son transportados a un mundo más realista y maduro, donde nos sorprenden las razones de sus comportamientos. ¿Qué fue antes, el Geralt de Sapkowski, las Fábulas de Bill Willingham, el Shrek de Dreamworks? Entre estos Geralt, por supuesto, por una década de antelación, pero no es a eso a lo que voy. Revisitar los cuentos clásicos para darles un empaque moderno es algo que se lleva haciendo muchos años.

    Del tercer tomo en adelante empieza, sin embargo, una saga que debería ser considerada como un único libro muy largo, dada la escasez de puntos de inflexión narrativos, y la falta de una estructura con desenlaces en cada uno de los tomos. Pero, a la larga, las verdaderas virtudes de la obra se alzan también como sus defectos. Sapkowski hace gala de excepcionales recursos para narrar la historia, introduciendo continuamente nuevos personajes a modo de narradores temporales, utilizando inteligentemente flashbacks y flashforwards para darnos pistas de lo que está sucediendo, e introduciendo un elenco de personajes secundarios interesantes. Planos, pero interesantes. Estos nuevos puntos de vista de la historia se van alargando, desde cortos capítulos hasta historias completas de más de 50 páginas en los últimos tomos, lo que dificulta el avance en la lectura al introducir una tremenda cantidad de paja innecesaria. Incluso se permite el autor realizar una elegante reconstrucción del concepto de la “compañía de héroes” que acompaña al protagonista, pero cayendo en los mismos tópicos del género que sería deseable evitar. Queda rodeada la historia de múltiples personajes cuya motivación desconocemos, planos ellos en su toma de decisiones, cual Gimli y Legolas cualquiera. Únicamente Jaskier, el trovador, bardo y poeta, parece tener intereses propios, una historia, un argumento.

    Y llegados al final argumental, cuando todo se ha liado tanto que ya no sabemos qué historia estamos leyendo – ¿La búsqueda de Ciri? ¿El tiempo de odio? ¿La guerra con Nilfgaard? ¿la llegada del frío blanco y el lobo blanco? – cuando caemos en el peor defecto de la saga. Lo solucionamos todo en un único capítulo deshaciéndonos de todos los personajes de los que no tenemos nada que contar, y con dos deus ex machina de libro. El emperador llega de la nada. Cuenta una historia inverosímil. El emperador se va sin saber por qué. El sentimiento de vacío al ver que tantas cosas se van a quedar sin tratar es indescriptible. La guerra termina. No hay frío blanco, ni lobo blanco, ni los personajes protagonistas tienen papel alguno en el gran esquema de los acontecimientos. Quizá sólo yo pensaba que fueran a tenerlo.

    Tendremos aún dos capítulos más a modo de epílogos donde recordamos a los personajes, grandes o pequeños, importantes o superfluos, que han ido poblando las páginas de estos ocho volúmenes. Y un último final, posterior a aquel primer final, donde, por si teníamos alguna duda, apuntalamos la narración con la única solución que nos permite no tener que solucionar nada más. Todos mueren. Fin.

    No puedo evitar sentirme… engañado. Como si me hubieran robado algo que debía estar en la historia. Igualmente no puedo evitar pensar que quizá la culpa es mía, porque esperaba cosas distintas a las que me estaban dando, cual espectador de Lost. Quizá lo que veo como defectos sólo sean conclusiones desacertadas al comparar lo que hay con lo que podría haber. Hay muchas cosas muy positivas entre las páginas de estos tomos, y su lectura es indicada para cualquier aficionado al género, sin lugar a dudas, pero no me atrevería a recomendarla a lectores no acostumbrados al fantástico. En cualquier caso, aunque me parezca una historia mejorable, hay algún lugar recóndito y pequeño dentro de mí en el que sé que echaré de menos a Geralt, a quien he acompañado durante muchas páginas en un viaje realmente curioso.

    El tema editorial, los retrasos en la publicación, las historias sobre el bloqueo creativo de un traductor que mientras tanto traducía otras obras del mismo autor, la decisión de dividir el último libro en dos, la creación de una segunda editorial paralela para publicar los mismos libros en el mismo formato con otra portada distinta, y que se publicaran los libros restantes sólo cuando también le tocaba a esta nueva editorial, son temas que dejaremos para los foros de literatura de género, donde la gente se entretiene en evaluar y discutir estos temas, y cómo afectan a la confianza del comprador para con las siguientes publicaciones de la editorial.

    En un edificio viejo

    En un edificio viejo es donde vivo, porque a antiguo no llega. De esos con ventanas de aluminio en las escaleras, con el olor a humedad de los portales de los abuelos, con los escalones del descansillo desgastados por innumerables entradas y salidas de los ocupantes de estos escasos pisos, sus familiares, amigos y visitas. En un barrio pobre, donde no llegan pijos ni hipsters. Aquí sólo viven los de siempre y los que no pueden vivir en otro sitio porque no les llega.

    Es un edificio de cuando se hacían sin persianas en las ventanas, donde mi despertador es el sol de la mañana y el trino de los pájaros, afanados en la interminable carrera por el fornicio que comienza por impresionar a las hembras de su especie. Como todos. Los fines de semana son los partidos de fútbol de equipos de barrio los que me despiertan, a media mañana, en el campo de tierra de la manzana de enfrente. Aquí los impuestos no llegan para hacerlo de césped, pese a ser un campo para competiciones oficiales.

    Por las noches todo es silencioso. Si se concentra uno se puede llegar a intuir el profundo ronquido de alguno de los abuelos que quedan en el edificio, que se ha quedado dormido escuchando la radio. Las paredes maestras ahogan cualquier ruido, aunque en ocasiones se intuye a una pareja especialmente creativa en el portal de al lado.

    La escalera es tranquila, sin ascensor, garajes o trasteros, ni prisiones vigiladas en forma de comunidad interior con un triste gimnasio y una piscina repleta de herederos de Satanás en forma de niño. Sólo silencio y un portal sin reformar. Tranquilidad. Aquí no hay reuniones de comunidad donde los vecinos se saquen los colores echándose en cara comportamientos sin sentido. Ningún portero que te juzgue con el desdén de aquel que conoce las privacidades de todos. Sólo es un edificio viejo, con pocos vecinos.

    Thor, de Dan Jurgens y John Romita Jr.

    Hace ya algo más de un año que Panini Comics rescató el antiguo sello “Colección Extra Superhéroes”, ahora en formato tomo económico de entre 300 y 500 páginas, con precios fluctuantes desde los 15 hasta los 25 euros. Gangas con un precio por número americano muy ajustado, aunque a un tamaño menor del acostumbrado en comic-book. Curiosidades de tamaño y edición, para quien quiera discutir sobre ello.

    Thor: En busca de los dioses (a la izquierda, tomo 1) y Thor: Lágrimas de dioses (a la derecha, tomo 2)

    Dos de estos tomos (quizá más, ya se sabe que los planes editoriales en el mundo del tebeo son volubles) recuperan la etapa de Thor guionizada por Dan “Yo maté a Superman” Jurgens y dibujada por John Romita Jr. Son las sagas posteriores a Heroes Reborn/Return, otro de esos periódicos intentos de relanzamiento superheroico donde todo cambia para seguir siendo igual que tienen las editoriales del género – ¿alguien recuerda la Marvelution? --. Los vericuetos editoriales, probablemente debidos a algo tan mundano como tener ya los materiales digitalizados y amortizados, hacen que este tipo de publicaciones se vean en librerías. No tienen una especial calidad, Jurgens juega un poco con los personajes sin saber muy bien en qué dirección ir, y Romita no tiene aquí una de sus obras más inspiradas. Tengamos en cuenta que son tebeos previos a la “descompresión narrativa”, por lo que no se adaptan tan fácilmente a la lectura continuada en tomo, habiendo sido pensados para consumir en cómodas dosis de 24 páginas.

    Jurgens puede jugar a comenzar desde cero, planteando nuevos argumentos sin intentar descabalar mucho el trasfondo del personaje, pero no se le ocurre más que dar vueltas alrededor del mismo concepto clásico. Thor encuentra a los demás Asgardianos, trae de vuelta a Odín, reconstruye Asgard, se pelea con otras mitologías y es visitado por los habituales para darse de tortas (el Destructor, Hela, el Juggernaut, Loki, Mangog, e incluso el próximamente cinematográfico Thanos) o para colaborar tras los obligatorios equívocos entre héroes (los Tres Guerreros, Hércules, los Vengadores, Spiderman). Si se me permite resumir con una única expresión: lo de siempre. Aderezado con un nefasto tratamiento a los guiones de la contrapartida mortal de Thor y todos sus secundarios, y una baja calidad artística en los números en los que Romita es sustituido por otro autor, aunque incluyen el Annual 2000 dibujado por José Ladrönn, una de mis debilidades.

    Dos tomos prescindibles en cualquier caso, máxime teniendo en cuenta el desconocido futuro de esta colección. Si su continuidad estuviera anunciada, nos servirían para completar etapas completas de un personaje, a modo de una nueva “Biblioteca Marvel” a color, pero sin saber hasta dónde llegarán, bien pueden quedarse en un par de tomos aislados, proporcionando otro formato más a la montaña rusa que es la estantería de un coleccionista.

    Berserk, de Kentaro Miura

    Si tienes un nombre como Kentaro Miura, en la vida sólo puedes aspirar a molar. A los 22 años, en 1988, tras algunas obras menores presentadas a concursos, dibujó una historia corta titulada Berserk Prototype – incluída, por cierto, en el tomo 14 de la edición española actual --, que le sirvió para empezar a trabajar para la revista Animal House dibujando sobre los guiones de otros escritores. Un par de años después retomó aquella historia y empezó a publicar Berserk. Desde entonces han pasado 22 años. Publicando al ritmo que le da la gana.

    La historia de su publicación en España daría para otro artículo, ya que ha pasado por múltiples editoriales, empresas que se separan, leyendas del mundillo no muy claras sobre ediciones piratas, y un largo etcétera que no nos importa. Desde hace un año Glénat España (ahora EDT - Editores de Tebeos) publica Berserk siguiendo dos numeraciones: cada mes aparecen varios tomos desde el número uno y desde el número 31 – siguiendo donde se quedó la anterior editorial en España, en un gesto de agradecer para los antiguos lectores --. Quienes empezamos desde el primero algún día alcanzaremos a la edición actual, que se publica a un ritmo más lento. 36 tomos existen hasta hoy en la edición japonesa, en español a la hora de escribir estas líneas del 1 al 16 (los que yo llevo leídos) y del 31 al 35.

    Aún es pronto para los aburridos resúmenes que todos haremos en Diciembre con las mejores películas, libros y tebeos, y los propósitos de año nuevo, pero yo ya tengo claro que Berserk estará entre los mejores tebeos leídos este año. Argumentalmente no es más que una serie de grandes incógnitas superpuestas, a las que el autor no parece interesado en dar respuesta, entretenido como está en dar rienda suelta a las actitudes más viscerales de los protagonistas, criaturas a las que alguien hubiese soltado dentro de este mundo fantástico, como si de un sandbox se tratase, sólo para crear el caos y el ruido. Sorprendentemente, el arte no sólo no ha envejecido mal, sino que sigue mostrándose con una fuerza dinámica esplendorosa tras los años que lleva encima.

    Un protagonista, Guts (Gatsu en otras traducciones menos literarias y más fonéticas) que no es más que un guerrero iracundo portador de una enorme espada y una prótesis en un brazo. ¿Quién es? No lo sabemos. ¿Qué hace? No lo sabemos. ¿A quién busca? No lo sabemos. Pero lucha, mata, destruye, mutila y arrasa con todo aquello que se plante ante él, durante tres tomos. En ese momento comienza un flashback en el que iremos viendo la evolución cronológica del personaje desde su nacimiento hasta, suponemos, el punto en el que comienza la serie.

    Violencia cruda, sanguinaria, que produce incluso desasosiego en determinados momentos, dibujada con un detallado esmero, que nos muestra cada golpe, cada tajo y cada víscera despedida página tras página. No es, desde luego, para todos los públicos, y se gana a pulso el “Sólo para adultos” que rezan las portadas. Y aún así sigue siendo lo primero que busco en la librería cuando llegan las novedades. Quiero saber más, y quiero leer más.

    Infiltrados, de Martin Scorsese

    Tanto tiempo como seis años han pasado desde que la viera estrenarse en cines, y casi un lustro desde que la comprara en un dvd que ha descansado el sueño de los justos en una estantería olvidada. Vamos, que ni recordaba que la tenía. Soy temeroso de intentar relecturas de las desgracias de reseñas que vine haciendo durante los primeros años de este blog, tan incapaz de articular cualquier argumento complejo como un comentarista de algún periódico deportivo, pero no por ello voy a dejar de tirar de hemeroteca para recordar lo que me pareció en su momento. Parece ser que me gustó.

    Scorsese, DiCaprio y Damon en el rodaje de Infiltrados (The Departed, 2006)

    Con seis años más de bagaje cultural el histrionismo de Jack Nicholson no me parece ya tan exacerbado, y no caeré de nuevo en la comparación fácil entre los protagonistas; veo interesantes matices también en los personajes de Matt Damon y Mark Wahlberg, quien no en vano se llevó una nominación al Oscar a mejor actor secundario – en conjunto finalmente ganaron cuatro, incluyendo mejor director y película --. Su principal argumento a favor sigue siendo la excepcional forma de mantener la tensión dramática hasta su explosivo final, difícil de conseguir teniendo en cuenta lo largo del metraje.

    Quizá no se encuentre entre las obras cumbre de su género, pero se atreve a llamar a la puerta en la fiesta donde se encuentran Casino y Goodfellas; necesita que pasen aún unos años más para que la historia decida dónde colocarla.