Estoy en la oficina (un viernes por la tarde, eso da bastante que pensar) y aún me queda una hora para salir. En el caso de que hubiese entrado a mi hora. Que no es el caso.
Volvamos a empezar.
Aún me quedan un par de horas para poder salir de aquí, así que gasto el tiempo en navegar. Entre otras cosas navego por mi propia página, lo que me adjudica adjetivos que flirtean con los conceptos de “lamentable” y “bochornoso”. Me da la impresión de que cada mes que pasa escribo peor. Bueno, no escribo peor, pero le concedo menos atención a expresarme con un mínimo de estilo, y lo dejo en simple correción gramatical/ortográfica y en comunicar rápidamente todos los pensamientos que me pasen por la cabeza.
Triste, muy triste.
También podría estar, no sé, trabajando, pero acabo de resolver otra incidencia reportada por el cliente y ya van tres en una semana. Mi jefe se va de viaje a hablar con ese mismo cliente el lunes, con lo que estas horas serían (teóricamente) aquellas en las que llega el momento del pánico, del “¡¡necesitamos una versión funcional para ayer!!” y del "trata de arrancarlo, Carlos, por Dios, trata de arrancarlo"™.
Dado que eso no está pasando, bien puedo pensar que el cliente está perdido y ya no interesa en exceso presentarles nada demasiado decente, o que el momento del pánico llegará aproximadamente cuando yo decida irme de aquí. Murphy era un señor inteligente que en este caso optaría por la segunda opción.
Todas y cada una de las neuronas que me quedan en un estado (dis)funcional me dicen que debería escaquearme de aquí lo antes posible. De hecho la mitad de la oficina lo ha hecho ya… y yo sigo sin ver a mi jefe por ninguna parte.