Los hados han querido que durante el último mes leyera o leyese dos novelas tan alejadas en ambientación como cercanas en sus detalles decorativos. Y algunos pensamientos me han asaltado durante sus lecturas, de particular importancia los relacionados con las ganas de arrancarme los ojos que dan sus lamentables traducciones al castellano, sus desvergonzadas ediciones y lo mucho que a posteriori traductores y editores tratan de dignificar sus profesiones. Como el blog es mío, aquí pagan justos por pecadores, el todo por la parte, y esas cosas.
El Sr. Penumbra y su librería 24 horas abierta (Mr. Penumbra’s 24-Hour Bookstore, de Robin Sloan)
Aunque esta anécdota no sume ni reste a la obra, gracias a que su escritor formó parte del equipo original de Twitter me enteré yo de su existencia, a través de algún perdido blog sobre desarrollo de software. Y de ahí el márketing, ya se sabe, puede hacer que esa información llegue a tus oídos quizá muy exagerada para llamar la atención sobre el autor.
En la novela, un diseñador/programador en paro (diría desarrollador-front, pero sólo me iban a entender los del gremio) acaba atendiendo el turno de noche de una librería abierta 24 horas, en la que parece que nunca compra nadie. Sólo algunos clientes, raros de por sí, vienen a recoger en préstamo aún más extraños libros, con sus textos codificados, conformando una trama de misterio que acaba con centenarias organizaciones secretas, guiños sencillos sobre tecnología y fan-service en forma de personajes geeks para esparcimiento del lector objetivo. Muy sencilla novela best-seller de consumo rápido. Todo correcto hasta aquí.
Nos encontramos entonces con un personaje experto en efectos especiales que trabaja en la industria de luz y magia (por Industrial Light & Magic, probablemente la más conocida empresa del sector. Sólo hay que buscar en Google). Un amigo con quien el protagonista había compartido aficiones de jóvenes, y había sido su Máster de las mazmorras (título de educación superior que sustituye a Dungeon Master, que nunca se traduce). Chistes como “eso es algo tan conocido como el peso atómico del carbón” (por carbono, que ya hay que ser animal para confundir en inglés carbon y coal). Constantes meteduras de pata que te sacan de la narración y que habrían sido perfectamente solucionadas usando un arcano aparato de magia oscura como puede ser un ordenador conectado a internet.
16€ en castellano con esta traducción de rocaeditorial. En inglés 13 o 9,50, según la editorial, en la puerta de tu casa. En inglés incluso hay un efecto fluorescente en la portada.
Ready Player One (de Ernest Cline)
Uno de los grandes ventas del género fantástico durante el último par de años según tengo entendido (información sin contrastar que podría estar inventada; nunca lo sabrás, amigo lector), y gran exponente de lo que a mi entender va a convertirse en uno de los grandes nuevos géneros fantásticos durante la próxima década: la aventura dentro de un entorno virtual. Desde la seminal Tron hasta los actuales pequeños imperios multimedia del género como .Hack, Sword Art Online o este Ready Player One del que ya se habla de una película, intuyo que cada vez vamos a tener más obras ambientadas en estos dobles mundos reales y virtuales.
Aquí un joven adolescente forma parte de la búsqueda de un tesoro dentro del más famoso juego/entorno de su tiempo, un no muy lejano futuro de crisis energética, dejadez social y pobreza generalizada, donde se compite por conseguir la herencia indicada en el testamento del anciano creador de este gran juego de juegos. Desde este punto de partida, toda la novela es un inmenso fan-service dedicado a la generación que creció durante los años ochenta (que fueron la infancia del fallecido), con continuas apariciones-homenajes-cuidado-que-bordeamos-el-pleito de naves espaciales, magos, dibujos animados, películas de John Hughes, música pop, juegos de rol, robots gigantes, videojuegos clásicos y un larguísimo etcétera. Todo muy pajeril, todo muy entretenido, pero fan-service al fin y al cabo; en su mayor parte son detalles que jamás aportan nada a la historia o a los personajes, pero ahí están. Lo que es la narración, sencilla y simple, homenaje a su vez a las historias de la época, con protagonista adolescente en el instituto, aventura y riesgo, enamoramiento de la chica inalcanzable y villano maniqueo. No se puede esperar algo distinto, y tampoco es que eso sea malo.
Pero. Pero. En un libro como este, es INDISPENSABLE que el traductor tenga conocimiento sobre la materia que está traduciendo, porque si no puede crear un desaguisado monumental. No puedes traducir Dungeons & Dragons a veces como Dragones y mazmorras y a veces como Mazmorras y dragones. No puedes decir que los gigantescos robots japoneses son mecanos en lugar de mechas. No puedes transformar a los replicantes de Blade Runner en réplicas. Y un largo y enervante etcétera. Por dejadez, hasta se les ha colado algún corta y pega y sustituye en todo el texto que ha dejado mayúsculas en mitad de determinadas palabras. Mala labor de traductor, nula labor de editor.
17€ en castellano, en esta horrenda traducción de Ediciones B. 8 en tapa blanda o 14 en tapa dura en inglés. Yo sabía a lo que me arriesgaba e iba a comprar el libro en su idioma original pero se me adelantaron y me llegó como regalo.
Si admitís un consejo de este, vuestro amistoso vecino: gastad el dinero en unas buenas clases de inglés. Tendréis mejores libros, mejores tebeos y mejores actuaciones en series y películas. Y en lugar de llorar el fallecimiento de narradores/dobladores (que es una pena, todo sea dicho), disfrutaréis de Eastwood y su “Go ahead. Make my day”, Schwarzenegger y su “Hasta la vista, baby”, James Earl Jones y su “I’m your father” o Sean Connery y su “Bond, James Bond”, así como de un trillón de libros como los que he mencionado más arriba… u otros mejores.