Ayer se jugó el partido de vuelta de las semifinales de la Copa de Europa (siempre me gustaron más los nombres clásicos). Si has estado encerrado en un refugio nuclear durante la última semana, el Barcelona intentaba remontar un resultado en contra ante el Internazionale de Milán. No lo consiguió. Una pena, pero ya habrá más oportunidades.
Lo curioso, y a lo que viene este apunte, es que hacía días que se notaba en el ambiente en Madrid una extraña comezón por parte de todos aquellos aficionados cuyos equipos no jugaban el campeonato. Y, llegado el partido, medio país (y más de medio Twitter, parece ser) comentaba con una excesiva ironía y sarcasmo cada lance del juego. No había independencia ninguna en su posición, del mismo modo que no la tenían los comentaristas de TeleMadrid, donde tuve la desgracia de ver el partido. Al finalizar, aficionados de otros equipos que no participaban en el campeonato salieron a celebrar la derrota a las calles, a falta de algo propio que festejar. En determinados lugares de la ciudad se lanzaban petardos y se exclamaban soflamas contra el equipo perdedor y contra su comunidad autónoma.
Esta noche, en otro campeonato europeo, Atlético de Madrid y Liverpool se enfrentan en otro partido de características similares. Las posibilidades de que nadie celebrase una victoria inglesa son prácticamente nulas.
Analizando esto, España se comprende perfectamente. Sólo hay dos. En todo. Nacionales y republicanos. Rojos y azules. Socialistas y peperos. Madrid y Barcelona. Nacionalistas y constitucionales. Belén Esteban y la Campanario. No me entendáis mal, no intento realizar paralelismos entre estas distintas clasificaciones, sino mostrar que no somos capaces de tener sentimientos comunes de ningún tipo. Sólo puedes estar conmigo o contra mí. No puedes triunfar tú y que yo me alegre. La victoria del “contrario”, incluso cuando no me afecta para nada, deben implicar un sentimiento negativo en mí. Y los terceros no importan, porque no son nadie. Da igual el Atlético de Madrid, da igual Izquierda Unida, todo lo que no sean A o B no son más que molestias a ignorar. Incapaces de que A y B compartan nunca nada, y preocupados en ignorar a todos los demás, quizá ya nunca seremos nada más allá de nuestras fronteras.
España, a todos sus niveles, se comprende perfectamente a través de su fútbol.